miércoles, 10 de noviembre de 2010

algo para compartir... transgénicos

Me gustaría compartir la siguiente nota tomada de "La Ciencia por Gusto", publicada por Martín Bonfil, que hace una buena reflexión sobre las ideas (en general desafortunadas) que tenemos sobre los transgénicos.


Una de las características más distintivas de la ciencia es que, a través de entender la naturaleza, nos permite modificarla (por ejemplo, a través de la tecnología). En esto radica su poder, y su peligro.

Entre las tecnologías actualmente más polémicas, en México y en el mundo, es la biotecnología: la aplicación de técnicas bioquímicas, genéticas y moleculares para manipular los organismos vivos. La semana pasada tuve la oportunidad de participar en el simposio “Comunicación y Percepción Social de la Biotecnología”, dentro delVII Encuentro Latinoamericano y del Caribe sobre Biotecnología Agropecuaria, llevado a cabo en Guadalajara, Jalisco. La experiencia resultó muy instructiva.

En el imaginario público, la biotecnología suele reducirse a la creación y cultivo de vegetales transgénicos (es decir, aquellos que tienen genes provenientes de una especie distinta). Pero va mucho más allá: involucra desde el uso de diversas enzimas (proteínas que facilitan ciertas reacciones químicas) en procesos industriales, alimentos o incluso en detergentes, pasando por la ingeniería genética (que permite, por ejemplo, producir insulina humana en bacterias que pueden cultivarse masivamente, y que no produce efectos de rechazo, como la insulina de vaca o de cerdo, que se empleaba anteriormente para tratar la diabetes tipo 1), hasta la clonación (reproducción asexual que produce individuos genéticamente idénticos) de plantas o ganado.

Otra idea común es que la biotecnología es algo muy reciente, y por tanto “artificial”. Y en consecuencia, según el prejuicio común, forzosamente dañino. Lo cierto es que fenómenos como la clonación y el intercambio de genes entre especies han existido en microorganismos –y a veces hasta en plantas y animales, a través de virus- desde siempre en el mundo vivo. El aprovechamiento de microorganismos y sus productos para beneficio humano se remonta a la invención de lacerveza, el queso, el vino… Y muchas de las plantas que cultivamos se reproducen por clonación, mediante “pies” o “esquejes” (partes del tallo de una planta que se siembran y echan raíces).

En nuestro país, el cultivo de plantas transgénicas, en particular el maíz (especie que surgió en lo que hoy es México, que es entonces su centro de origen), ha sido satanizado, en parte por organizaciones de corte radical como Greenpeace (cuyos fines sin duda son loables, pero que con frecuencia difunde información falsa o tendenciosa) o francamente fantasioso, como el Grupo ETC, pero también con argumentos razonados por organizaciones de la sociedad civil, como la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS).

Una de las dos principales razones ofrecidas para oponerse al maíz transgénico es la idea de que el consumo de cualquier vegetal transgénico es dañino para la salud (pues podría causar desde alergias hasta alteraciones genéticas que pudieran, por ejemplo, producir cáncer). Este argumento ha sido rebatido: no sólo comer alimentos con genes extraños no daña al ser humano (los consumimos cada vez que comemos vegetales crudos), sino que nunca se ha encontrado, en largos años de consumo de este tipo de alimentos en varios países, ningún caso de enfermedad causada por ellos.

El otro argumento para oponerse al cultivo de maíz transgénico es que, por ser una planta de polinización libre, podría mezclar su material genético con el de los maíces criollos originarios de México, contaminando así el patrimonio biológico tradicional del que han subsistido pueblos enteros durante siglos, y reduciendo la biodiversidad natural. Este segundo peligro es mucho más real.

¿Por qué hay, entonces, quien se empeñe en cultivar maíz transgénico en México? La respuesta, como pude apreciar en el Encuentro de Biotecnología, es compleja. Por un lado, es un gran negocio para las transnacionales que lo producen. Por otro, ofrece la posibilidad de disminuir la importación de maíz, al aumentar la producción y reducir las pérdidas por plagas, y combatir así el hambre (aunque todavía se discute si esta promesa realmente se cumple). ¿Queremos de veras renunciar a la posibilidad de competir con potencias agropecuarias como Estados Unidos y Brasil, y seguir importándoles maíz, con tal de proteger nuestros maíces nativos de una posible contaminación genética?

Aún no hay respuesta definitiva. Finalmente, cualquier tecnología puede beneficiarnos, o causar daño. Sólo el debate amplio, democrático e informado permitirá que, como ciudadanos, compartamos con científicos y gobernantes la responsabilidad de decidir el uso que se haga de la biotecnología en nuestros países.



Como bien dice, creo que una de las primeras aproximaciones que debemos tener ante estos nuevos avances es la educación y el conocimiento. Sin él, lo único que lograremos es ir cada vez más hacia atrás. La tecnología existe, y debemos estar informados.


Ojalá la hayan disfrutado tanto como yo.

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